Una
flecha contra mi pecho
sentí
al mirarle.
Tímido
como un caracol
iba
acercándose.
Yo,
cual serpiente,
hipnotizándole.
Mis
ojos le seguían
como
si de una presa se tratara.
Incapaz
de apartar la mirada
ni
una sola jornada.
Él
iba y venía constantemente
llevando
a cabo sus quehaceres.
Y
yo, como en babia,
analizaba
su anatomía
y
oculta sabiduría.
Cuando
por fín le conseguí,
nada
supo tan dulce.
Tan
dulce como sus labios
su
lengua, su boca,
tan
dulce como sus ojos
sus
manos, sus brazos.
Empapada
en sudor
escuchaba
sin temor.
Algunas
escenas chocantes,
dibujadas
por esa voz
masculina
y penetrante.