lloro
gélidas llamas
que
rasgan mi córnea
hasta
dejarla seca y cuarteada.
En
mi corazón, una brecha
que
abriste con delicadas manos.
Introduce
tus dedos en este corazón
y
revuelve todo lo que quieras.
No
busques en vano
porque
nada es lo que era.
Tu me has querido cambiar
y
a una yegua salvaje
es
imposible domar.
Quizás
sea éste nuestro fin,
pero
antes de cerrar el candado
deja
que asimile lo que ha pasado,
pues
ahora mismo, en ti sumida,
la
idea de que no exista un “nosotros”
escuece
tanto como limón en la herida.
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